El rosita… Alegadamente el color de las nenas. ¿De dónde carajo salió eso? ¿Quién se lo inventó? Quien sea que fue, tenga por seguro que le ha causado traumas severos a practicamente la mitad de la población humana mundial. Gracias. Se lo agradecemos todas. NOT!
Desde pequeña fui bombardeada por objetos rosados. La evidencia está allí en casa de mami… una bandita rosita que me pusieron en el hospital. Osea, tan pronto nací me taggearon con el rosita… y por ahí empezó. La ropa de ballet era rosita, el zafacón era rosita, la bolsa del zafacón era rosita, las cortinas eran rositas con puntitos rositas un poco más oscuros, el “wall paper” era de bailarinas, casi todas rositas; la alfombra era rosita, las sábanas eran rosita, la frisa. ¡TODO ERA ROSITA! (Update: Pinkalicious had nothing on me!)
Aparentemente me gustaba mucho… Pero llegó un día (supongo que para eso de la pre-adolescencia) en que el rosita comenzó a recordarme al Peptobismol y entrar en mi cuarto me causaba retortijones estomacales y náuseas súbitas. Te digo que la cosa se empezó a poner bien fuerte. Mi cuerpo estaba rechazando el rosa.
De seguro este color fue el causante de mi rebelión futura. Luego de tantos años sumergida en el color pálido de una sangre aguada y reprimida; un color infantil e impuesto por la sociedad, había que salir corriendo de allí. Empezé por pintar la pared. Luego cambiar la bolsa del zafazón, las sábanas… Poco a poco fui borrando todo rastro de rosita de mi vida. Le prohibí terminantemente a mi madre que me comprara cosas de ese endemoniado color. Declaré irrevocablemente que “no me gusta el rosa.”
Pasaron casi 20 años y me mantuve fiel a mi declaración. El rosa no existía en mi closet. Ni siquiera un panty. ¡Nada que ver! Tampoco en mi casa. Ni una sola decoración, plato u objeto tenía tan siquiera un rastro de rosita. Vivía muy feliz sin el rosa.
Entonces un día, como si el universo burlara mi osadía, alguien se atrevió a regalarme una camisa rosita. Estuvo mucho tiempo guardada en una gaveta, hasta que llegó el momento en que no tenía ropa limpia y me la tuve que poner. Para mi sorpresa la camisa me quedaba de lo más mona. Mis ojos se veían más brillantes y el color de la piel saludable. ¿Cómo puede ser? ¡Imposible! Estaba convencida de mi delirio y partí segura de odiar aún más el mísero rosa. Pero ese día recibí muchas miraditas de esas que te ponen culeca. ¡Válgame Dios! Me convencí de que era única y exclusivamente ese estilo de camisa y ese preciso tono de rosa que era más bien un salmón que rosita, y recalqué que jamás pintaría mis uñas con ese asqueroso color.
Con el transcurso del tiempo fui añadiendo excepciones a la regla del rosa para incluir “lip gloss” y panties. (No me juzguen por favor.)
Hoy, Martes 8 de Noviembre del año 2011 hice las pases con el rosa de una vez por todas. Transitando por los pasillos de una reconocida farmacia sucumbí al llamado interior por el rosita. El resultado fue el siguiente:

Ahí lo tienen, evidencia irrefutable de las pases con el rosa. Yo misma escogí el color, lo pagué (¡Si mi gente, he pagado por algo rosita!) y me las pinté.
El pobre color rosita no tenía la culpa de ser objeto de bombardeos sociales. Me ha pedido disculpas sinceras, por lo cual he decidido darle una oportunidad para pertenecer a un pedazo de mi vida, aunque sea limitado. De hecho, el rosa aprovechó la oportunidad para aclarar que “no tiene nada que ver con las nenas y que por favor dejen de usarlo para todo lo que tenga que ver con Barbies.”
Me encantó tu historia con el rosita y su posterior reconciliación…aunque a medias o limitada, algo es algo! Te quiero prima!